Soy uno de esos afortunados que pueden teletrabajar desde casa estos días. La estampa de personas agolpadas este pasado lunes en la estación de Atocha, por la que forzosamente tengo que pasar a diario, me acojonó totalmente. Conozco la Experiencia-Atocha en escenarios menos apocalípticos: avería/incidencia en algún tren y venga a agolparse la gente en la vía, con el agravante de que rara vez te informan por megafonía de lo que pasa y ni tan siquiera puedes hacerte una idea de cuando pasará el siguiente tren. Siempre me ha parecido una falta de respecto increible pero que el primer día laboral después de decretarse el estado de alarma ocurra esto... sin comentarios.
Veo las imágenes y el nivel de paranoia y miedo me atraviesa a través de la pantalla. Miedo a contagiarte, a contagiar a otros, a seguir expandiendo esta pandemia...y, sobrevolándolo todo, el miedo sepulcral a que te despidan. Capitalismo en su vertiente criminal: ir a trabajar, literalmente, te quita la vida.
Pienso todos los días en esas imágenes cuando enciendo el equipo del trabajo para empezar la jornada en el calor del bunker. Pienso en eso y en lo afortunado que soy, por eso y por muchas cosas mas, y es una pena que aun así mi experiencia teletrabajando esté siendo un cúmulo de sinsabores. No es culpa del Coronavirus, vamos a ver, porque (voy a censurarme un poco, por si hay niños) no es que me motivara especialmente mi trabajo antes del confinamiento forzoso. Pero se me está haciendo muy cuesta arriba por una combinación de desinterés (¿quién tiene la cabeza ahora para chorradas que no sean la SUPERVIVENCIA DE LA ESPECIE?), desimplicación (que ya lo traia yo en la mochila), nervio, tensión acumulada, torrenciales inmanejables de trabajo, niños correteando pre-romperse la crisma en cualquier momento y alguna que otra cosa mas que me guardo.
Hoy, de todas formas, me he autodiagnosticado y he descubierto qué es lo que mas me molesta de esta situación. Llevo unos cuantos años haciendo un ejercicio de desconexión brutal en cuanto termino la jornada laboral para no traerme a casa a los dos parásitos que me acompañan en la misma: la ansiedad y el estrés. Tengo un viaje de vuelta al bunker de algo más de una hora en transporte público en el que termino la desintoxicación (con fuertes combinaciones de música, lectura y series). Hay días que vengo más contaminado que otros pero, por lo general, he depurado el sistema de una forma satisfactoria. Es la primera (y segunda) regla de mi Club de la Lucha particular: no se habla de trabajo en el tiempo libre.
Me está resultando muy chocante fichar el fin de jornada y... estar ya dentro del bunker. Con todo el estrés flotando en el ambiente, con toda la ansiedad. Es cuestión de días (por la cuenta que me trae) que vaya perfeccionando algún mecanismo mental para protegerme, a fin de cuentas el bunker siempre se configuró para aislarme del Mundo Real™. Por eso me jode tanto que el Mundo Real™ haya encontrado una forma de entrar.
Veo las imágenes y el nivel de paranoia y miedo me atraviesa a través de la pantalla. Miedo a contagiarte, a contagiar a otros, a seguir expandiendo esta pandemia...y, sobrevolándolo todo, el miedo sepulcral a que te despidan. Capitalismo en su vertiente criminal: ir a trabajar, literalmente, te quita la vida.
Pienso todos los días en esas imágenes cuando enciendo el equipo del trabajo para empezar la jornada en el calor del bunker. Pienso en eso y en lo afortunado que soy, por eso y por muchas cosas mas, y es una pena que aun así mi experiencia teletrabajando esté siendo un cúmulo de sinsabores. No es culpa del Coronavirus, vamos a ver, porque (voy a censurarme un poco, por si hay niños) no es que me motivara especialmente mi trabajo antes del confinamiento forzoso. Pero se me está haciendo muy cuesta arriba por una combinación de desinterés (¿quién tiene la cabeza ahora para chorradas que no sean la SUPERVIVENCIA DE LA ESPECIE?), desimplicación (que ya lo traia yo en la mochila), nervio, tensión acumulada, torrenciales inmanejables de trabajo, niños correteando pre-romperse la crisma en cualquier momento y alguna que otra cosa mas que me guardo.
Hoy, de todas formas, me he autodiagnosticado y he descubierto qué es lo que mas me molesta de esta situación. Llevo unos cuantos años haciendo un ejercicio de desconexión brutal en cuanto termino la jornada laboral para no traerme a casa a los dos parásitos que me acompañan en la misma: la ansiedad y el estrés. Tengo un viaje de vuelta al bunker de algo más de una hora en transporte público en el que termino la desintoxicación (con fuertes combinaciones de música, lectura y series). Hay días que vengo más contaminado que otros pero, por lo general, he depurado el sistema de una forma satisfactoria. Es la primera (y segunda) regla de mi Club de la Lucha particular: no se habla de trabajo en el tiempo libre.
Me está resultando muy chocante fichar el fin de jornada y... estar ya dentro del bunker. Con todo el estrés flotando en el ambiente, con toda la ansiedad. Es cuestión de días (por la cuenta que me trae) que vaya perfeccionando algún mecanismo mental para protegerme, a fin de cuentas el bunker siempre se configuró para aislarme del Mundo Real™. Por eso me jode tanto que el Mundo Real™ haya encontrado una forma de entrar.
1 comentario :
Mi trabajo de ahora es un Bullshit Job de los que define Graeber como tal: Innecesario en un 90%. Una burocracia prácticamente inútil. No me dan opción de teletrabajar. Allí dejo afuera en la puerta de forma totalmente consciente el entusiasmo y la inteligencia, y me transformo un poco en el Bartleby de Melville. Pero es un trabajo en un momento en que eso significa mucho, y puede que llegue a significar demasiado. No se cómo en un momento de caída de ingresos, pero es el momento de la renta básica.
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