Y, de nuevo, la realidad se cuela en la programación de la página. Me resulta muy complicado no hablar del atentado yihadista en Barcelona, ciudad a la que tengo un cariño tremendo y con la que me siento especialmente conectado. Mundo Alocado vive muy cómodamente con sus visitillas diarias, no hay necesidad alguna de clickbait, y aun así aquí estoy juntando letras por alguna especie de compulsión, porque esto no puedo ignorarlo de ninguna de las maneras. Ya han pasado unos días y, mientras que me siento horrorizado (pero nada sorprendido) por los acontecimientos, pienso en mi relación con las redes sociales. Desde el inicio de la tragedia me permiten estar informado al minuto: mi familia y amigos están bien, y sólo por confirmarme eso han cumplido una función esencial. Por cosas como ese servicio vale la pena mantener mis perfiles en Facebook o Twitter. O, visto de otra manera, esa utilidad hace que me sienta obligado a mantenerlos y me crea una dependencia difícil de superar.
A partir de ahí, el resto es ruido, furia, caos y morbo. Me veo rodeado de opinadores-de-todo, expertos (a posteriori) tanto en terrorismo yihadista y política como en analizar el postureo ajeno y lo que cada uno hace o deja de hacer. Distintos tipos de usuarios desesperados por la misma ración de casito, algo que no puedo cuestionar especialmente porque, quizá, mi ración de casito sea escribir este tipo de reflexiones en este blog. Cada uno canaliza su dolor, o lo que tenga que canalizar, como quiere o entiende que está bien o como le da la gana. Personalmente, y por poner un ejemplo, el tema de las banderitas de Facebook me parece un tanto absurdo, pero tampoco creo que tenga que ser objeto de tanto cuestionamiento. Es una puñetera reacción en un momento muy difícil. Que todo el postureo sea ese.
Todo sigue el guión establecido en este tipo de desgracias, con sus hashtags, esas banderitas en el estado de Facebook que ya he comentado, la asquerosa moralina low-cost de los que sólo se acuerdan de Oriente cuando pasa algo por aquí y miles de héroes salvapatrias desde el sofá de su casa. En este caldo de cultivo el odio campa a sus anchas y saca pecho; se aferra como una garrapata al dolor y al daño ya provocado para hacerse grande, expandirse. Con los cadáveres todavía esparcidos por la vía el pueblo llano se revuelca en estas miserias, mientras que los medios de información difunden un bulo tras otro, dificultan la investigación oficial con sus ansias de (des)informar en tiempo real y se lanzan con ansiedad a por la carroña. No por ser esto último poco, o nada, sorprendente, me deja de dar asco. Y nos queda afrontar un monstruo todavía más repugnante y del que ya hemos visto algunos tentáculos a modo de previa: la instrumentalización política de la tragedia.
Todo esto pica y escuece (siempre), pero esta vez querría deternerme en los niveles de morbo asquerosos a los que me he visto expuesto. A los pocos minutos del atropello mi Whatsapp bullía con videos y fotos de la catástrofe, como si tuviera que mirar a las tripas del terror (de forma literal) para ser consciente de lo que ha pasado. En las siguientes horas la tónica de la mayoría de los medios de comunicación será la pornografía: las imágenes de personas destripadas y niños muertos en primer plano. ¿Cuál es el objetivo informativo de esto? ¿Que sepa el tipo de alimañas que han perpetrado esto (noticias frescas: no tenía ni idea de su maldad...) o que me paralicen el horror y el miedo?
ADVERTENCIA: las siguientes imágenes pueden herir su sensibilidad; el mantra previo a la emisión de la carnicería desde todos los ángulos posibles, mientras los reporteros desplazados a la zona rapiñan la capitalización del dolor a cualquier precio. El debate sobre mostrar estas imágenes o no es complicado, pero mi problema no es la sensibilidad, no es mirar para otro lado o ignorar la realidad. La sensibilidad ya la tengo herida porque vivimos en un mundo asqueroso en el que no creo que ayude nada recrearnos en las vísceras y el sufrimiento ajeno de inocentes. Me parece una falta de respeto a las víctimas grandísima pero, peor todavía, me parece que es entrar de lleno en el juego de los terroristas: si consiguen que vivamos horrorizados, que el odio nos consuma, que cambiemos nuestras vidas, han ganado.
Lamentablemente, tengo los ánimos muy bajos por el atentado, estoy triste y dolido y me molesta estar triste y dolido por el mero hecho de que es lo que quieren esos desgraciados. Aparte, se que las redes sociales no son sólo lo que he descrito y que los medios de comunicación tampoco, es mi percepción personal. Son instrumentos y, como tales, dependen del uso que se les dé, pero durante estos días me ha costado ver lo bueno que pueden aportar. Creo que merece la pena hacer un esfuerzo, porque hay historias maravillosas en torno a esta desgracia que también sacan lo mejor de nosotros, que me dan esperanza, que me dan una idea de como plantar cara al terror. Mientras escribo estas líneas con mi teclado bluetooth de los Pokemon (mi kit de escritura de emergencia, ya hablaré de ello otro día), mi hija de tres años no para de reclamar mi atención. Al final, quizá todo consista en dar su ración de casito a quien sí lo merece.