Muchas veces pienso en cómo soportaría la presión si me viera afectado por una desgracia mediática. Supongo que estaría lo suficientemente hundido en las circunstancias como para preocuparme en esos momentos de todos los miserables que empiezan a rodearme para sacar rédito a costa de mi dolor. Es un escenario tan terrible y a su vez tan habitual, tan cíclico (parece que tuviera que existir una desgracia mediática por trimestre, como si fuera un cupo) que me sorprende el afán de superación que tienen nuestros maravillosos medios de comunicación en descender a las cloacas del morbo más asqueroso. Desgraciadamente vivimos en la era del clickbait (que es al morbo lo que la heroína a un yonki), de la información a medias y a cualquier precio, del posicionamiento mediático por encima de todo. Nada va a cambiar, la pornografía de la miseria va a ser cada vez más dura.
Porque, encima, esto viene de atrás, de tradiciones y costumbres muy arraigadas y completamente asimiladas por todos nosotros. La explotación de la miseria cuenta con un histórico muy consolidado y una relación "respeto a los afectados" vs. "beneficio empresarial" totalmente descompensada.
Ser víctima de una desgracia mediática en este país tiene ese doble castigo. Hemos aprendido muy poco desde el vertedero informativo que fue Alcasser, la proto-desgracia ascendida a mediática que ejerció de campo de pruebas sobre los límites del morbo y el dolor en el ámbito de la comunicación de masas (con los resultados que disfrutamos hoy en día). Hemos aprendido muy poco nosotros, como sociedad, porque los que sí han aprendido perfectamente a mercantilizar la miseria y el sufrimiento han sido los medios de comunicación. Da igual que sea una violación múltiple, un asesinato o que se caiga un niño a un pozo; en cuanto la desgracia adquiera el grado de mediática (y hay muchos intereses para que así sea) el morbo más asqueroso va a inundar la supuesta cobertura de los hechos.
Me han molestado muchas cosas estos días sin estar especialmente pendiente del caso. Que es realmente lo que quieren: que estés pendiente en tiempo real, al minuto, que el hashtag que propongan sea el elegido sobre el resto de la competencia, que retuitees cualquier-contenido-que-vayan-generado-al-respecto. Y esto último es veneno puro, la droga con la que quieren engancharte y que tienen que elaborar como sea: ¿qué contenido puedes crear con este “rescate” que no tiene (o no tenía) una fecha de fin clara? Puedes perseguir a la familia en busca de testimonio, invadir su intimidad hasta conseguir el titular, construir teorías de la conspiración antes de que el caso finalice, crear infografías explicativas para marujas y marujos, ponerle un altavoz a supuestos expertos-de-lo-sea, tirar de los opinadores-de-todo que tienes en nómina… Para empaquetar todo este humo que no es real, que no tiene base ni contenido, y poder ofrecerlo a todos esos adictos enfermizos al morbo que has generado.
El tipo de bajeza moral y sin escrúpulo alguno que te lleva a esta pocilga. Pequeñísimo muestrario de los horrores (vía La Guerra de los Medios):
- Ventanas en directo incrustadas en la programación en Prime Time:
- Ventanas en directo incrustadas en la programación en Prime Time:
Como si fuera la Fórmula 1 cuando se da paso a la publicidad. Como si fuéramos a pestañear y nos perdiéramos el adelantamiento. Si es sangrante que la incrusten en cualquier programa más me impactó verlas en el informativo del pasado domingo (quién me mandaría a mí echarle un vistazo), cuando ya se había dicho que las labores de rescate se retrasarían hasta, mínimo, un par de días después. ¿Cuál era el objeto informativo en ese preciso momento? Por no hablar que todos sabemos a que nos lleva esa ventana realmente: a tener un acceso al dolor en crudo directo.
- Supuestas coberturas informativas, para nada desmedidas:
- Supuestas coberturas informativas, para nada desmedidas:
Claro que sí. Que no quede ningún foco de sufrimiento sin su cobertura al detalle. ¿Se puede dar más asco?
Desgraciadamente todo esto es lo habitual en este tipo de casos. Nada de lo que he detallado más arriba debería sorprender a nadie porque se han seguido las pautas ya establecidas; el particular Manual de Estilo de Despiece Carroñero al dedillo. Nada… excepto una cosa: el manejo de tiempos en este caso esta siendo calculadamente peculiar. Puesto que no estamos hablando de una desaparición (dónde, evidentemente, no puede fijarse un único foco informativo... ni unos tiempo de resolución) el morbo absoluto reside en el momento en el que se encuentre al niño. Al principio, y viendo los retrasos del operativo, el relato se alimentaba de ese humo que os hablaba unas líneas más arriba. Relleno insustancial engordado con dolor ajeno mientras se prepara el guión del previsible desenlace. Mientras nos vamos acercando a la conclusión de la primera parte, el encuentro, la cúspide de esta tragedia y su punto de inflexión. El minuto de oro bañado en sangre que cualquier medio quiere obtener para sí.
Posiblemente lo que más me ha molestado en esta ocasión es cómo progresivamente se ha ido construyendo una falsa épica en torno a esta desgracia. La frialdad y la lógica nos impulsan a pensar en lo evidente del desenlace, aunque por múltiples motivos (corrección, respeto, sentido común) no queramos invocar ese pensamiento. El problema añadido es que todo esto lo saben bien los narradores de la historia, esa panda de miserables que han conseguido que el morbo cruce un nuevo límite: en los momentos previos a que se encuentre al niño están invocando al milagro con especial ahínco, disponiendo los elementos para dotar de tensión, nervio e inquietud al momento del encuentro. Han prostituido el espíritu de la esperanza colectiva para que la catarsis final de las emociones nos estalle en la cara.
Preparaos para la segunda parte.
Preparaos para la segunda parte.